A medio camino entre la criptozoología y la ufología, los archivos de lo extraño incluyen la aparición de seres de aspecto desconcertante, con características imposibles que combinan rasgos animales con una morfología en su mayor parte humana…
La carretera comenzaba a descongelarse facilitando el rodaje de los vehículos, pero a pesar de ello los agentes Williams y Johnson querían asegurarse de que los pocos conductores que se aventuraran a transitar por ella no corrían más riesgos de los habituales. Era la noche del 3 de marzo de 1972. El coche patrulla circulaba con ceremoniosa precaución cuando de repente una extraña figura se dejó ver fugazmente ante los haces de luz del vehículo. “Aquello” parecía estar sentado o de cuclillas, por lo que en un principio los agentes de policía confundieron a la criatura con un perro de gran tamaño. Sin embargo, al poco del ser iluminado por los faros del coche, el animal se incorporó con aparente dificultad, mostrando con pavorosa claridad su verdadero aspecto a los atónitos policías.
La criatura medía entre 1 y 1,5 m de estatura, presentando una morfología casi humana y una piel grisácea de aspecto rugoso. Si su cuerpo no resultaba lo suficientemente anómalo para los testigos, cuando aquel ser descubrió su cara fue suficiente para que estos se mostraran evidentemente atemorizados. Su rostro era exactamente igual al de un lagarto o una rana, tenía los ojos grandes y rasgados, y en su boca no se apreciaban labios de ningún tipo. Fue el comienzo del que sería conocido como el incidente del “hombre rana” de Loveland, unos de los casos más insólitos de los archivos de hechos forteanos.
Hombres reptiles
El fugaz encuentro de los agentes, que apenas duró unos segundos ya que la criatura huyó sumergiéndose en las aguas del río Little Miami, encontró una confirmación adicional al día siguiente, cuando localizaron las huellas que la extraña criatura había dejado cuando se arrastró ladera abajo, justo en el lugar por el que los agentes lo vieron huir. Los policías se limitaron a redactar su informe sin airear nada del asunto, lo que incrementó el valor del nuevo testimonio aportado por otro compañero del cuerpo, que unos días después se topó, cara a cara y a plena luz del día, con nuestro singular protagonista. Mientras realizaba su patrulla el testigo vio a un animal tumbado en la carretera, y detuvo el vehículo para retirar el cuerpo al pensar que se trataba de un perro u otro animal recientemente atropellado. Pronto salió de su error al contemplar de cerca y con indescriptible asombro aquella cosa con cuerpo de hombre… pero cuya cabeza y extremos de brazos y piernas se asemejaban a las de un reptil o una rana, completando el espeluznante cuadro unos ojos saltones y una minúscula boca sin labios.
Sin esperarlo, la criatura se revolvió sobresaltada, escapando de nuevo hacia las inmediaciones del río. A pesar del susto, o quizá a consecuencia del mismo, el policía sacó su arma disparando sin éxito al misterioso ser, que no obstante daba la impresión de estar herido. En las semanas siguientes nuevos testimonios de lugareños se vendrían a sumar a este expediente, articulando un caso que cesó espontáneamente y al que jamás se encontró una explicación satisfactoria.
Sin duda corrió la misma suerte que el incidente ocurrido varías décadas antes, en mayo de 1955, al oeste de Cincinati. En esa ocasión un lugareño que conducía en su coche de regreso a casa tropezó en la carretera con lo que describió como tres extrañas criaturas parecidas a ranas o reptiles. Tenían aspecto reptiloide y caminaban de forma bípeda. Lo más absurdo es que sobre sus cabezas portaban una especie de tubos metálicos de los que salían chispas. Las estuvo observando por espacio de unos tres minutos, transcurridos los cuales se perdieron en la espesura de una gran extensión de matorrales.
El diablo de Jersey
“Medía unos dos metros y medio, con una figura muy delgada y una cabeza de forma extraña, provista de un hocico prominente. Lo que más me llamó la atención fueron sus alas plegadas hacia el suelo y terminadas en unas puntas que sobresalían por encima de sus hombros. Su color era gris parduzco, aunque no pude observar el resto del cuerpo al quedar oculto por la maleza”. Esta es parte de la descripción que realizó Sheila A. Fabi a los investigadores de la insólita observación que protagonizó el jueves 31 de agosto de 2000, cuando a las ocho de la mañana se disponía a arrancar su coche para acudir a su trabajo. Ocurría en las cercanías de Jersey, EEUU, y según pudo apreciar “daba la sensación de que aquella criatura me observaba con cierta curiosidad”. Su relato, aunque es uno de los más recientes, se pierde entre los más de 2.000 testimonios recogidos desde que hace 270 años hiciera acto de presencia una criatura de grotesco aspecto que fue bautizada como el “Diablo de Jersey”. Las leyendas locales atribuyen el origen de la historia al nacimiento de una criatura monstruosa en la región de Leeds, que en unas versiones es el decimotercero hijo de una familia, que nacido deforme termina escapando al bosque tras ser repudiado y abandonado, y en otras un híbrido diabólico concebido por el propio demonio y la misma mujer, que la tradición apellida también como Leeds. Tal si de una gárgola viviente se tratara, reapareció tras los cien años de destierro a los que le sometió un exorcismo, contándose entre los testigos que lo avistaron en pleno siglo XIX al propio José Bonaparte o al héroe naval Stephen Decatur, quien a pesar de hacer diana cuando la criatura lo sobrevolaba, no logró abatirla. Sin embargo la gran eclosión de este caso, que por méritos propios lo haría pasar a la historia, tuvo lugar entre el 16 y el 23 de enero de 1909, cuando se reportaron más de un millar de observaciones –tanto en Jersey como en el sur de Filadelfia, Pennsylvania, y Nueva York–. Los testimonios llegaban por docenas con desconcertante similitud de zonas como Bristol, Burlington Columbus, Hedding, Kinhora o Rancocas. El 19 de ese mes, el matrimonio Nelson Evans de Gloucester tendría el privilegio de observar a la pintoresca criatura por espacio de diez minutos, con la serenidad que les proporcionaba el contemplarla a través de una ventana desde el interior de su casa, tras ser alertados de su presencia por unos ruidos. “Medía poco más de un metro, con la cabeza como la de un perro y la cara de un caballo. Su cuello era largo y tenía unas alas que casi le llegaban a los pies. Sus patas traseras eran como las de una grulla, con pezuñas de caballo. Caminaba erguido sobre esas patas traseras, con las extremidades delanteras más cortas levantadas, que tenían garras. No las utilizó en ningún momento mientras lo observamos”. A la oleada de avistamientos de aquel tiempo, que motivó infructuosas cacerías colectivas, le siguieron años de absoluta sequía, con observaciones puntuales en 1927, principios de los cincuenta, y en los años 1981 y 1987, aglutinando casos que van desde descripciones visuales similares a las citadas, a la escucha de sus chirriantes gritos o al hallazgo de animales mutilados. ¿Cuáles fueron las explicaciones barajadas ante toda esta casuística? Junto a la de que se trataba de un ser diabólico o un niño deforme, las hipótesis incluyeron una supuesta invasión de patos y a colonias de pterodáctilos vivos, aunque la que contó con más adeptos fue la que desveló el misterio como fruto de la observación de grullas, cuyo tamaño y aspecto coincidía parcialmente con el retrato robot, aunque al no explicar los ataques, la cara de caballo ni la forma de su patas traseras, el misterio sobre su naturaleza se mantiene vivo.
El demonio de Dover
Como hemos comprobado, nuestras criaturas adoptan formas extrañas, difíciles de aceptar para una mente racional, pero las evidencias están ahí, desconcertantes y desafiantes. Nuestra última parada por esta casuística forteana nos lleva a Dover, en Massachussets, una zona que recibió en 21 de abril de 1977 la visita más extraña que sus habitantes recuerdan. El primero de los testigos fue el joven de 17 años Bill Bartlett, quien junto a dos amigos de su misma edad regresaban a su casa en Walpole. Eran aproximadamente las 22.30 horas cuando desde su volkswagen escarabajo, Bill percibió que algo se movía en un muro de piedra que se encontraba un poco más adelante, en el lado izquierdo del camino por el que conducía. Extrañado, redujo la marcha y sin parar maniobró hasta que los faros lograron iluminar la parte del camino donde había percibido el extraño movimiento. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió frente a los faros de su vehículo a la criatura más extraña que jamás hubiera visto. “Parecía tener el cuerpo de un bebé, con las extremidades exageradamente largas. Su cabeza era desproporcionada en relación con su tamaño; era grande y con una extraña forma como de sandía. Su color además era muy pálido, casi blanquecino, y su piel parecía papel de lija mojado. Los dedos de sus manos eran largos y finos, y al ser deslumbrada la criatura se quedó mirando con unos penetrantes, grandes y vidriosos ojos de color anaranjado, que además era lo único que podía distinguirse en su rostro”. Sus dos acompañantes no tuvieron la misma suerte y no pudieron contemplar al extraño ser. Sin embargo, dos horas después, otro joven, John Baxter, de 15 años, sí lo pudo ver claramente cuando se dirigía hacia la casa de su novia por Miller Hill Road. Tras ver su silueta sobre una colina y acercarse lo más que pudo, la contempló subida a una roca proporcionando una descripción similar, y destacando el color anaranjado de sus ojos. Un tercer testigo, Will Taintor, de 18 años, también la observó 24 horas después, con la única diferencia de que los ojos de la criatura fueron descritos como verdes. Sin fisuras notables, el incidente jamás pudo ser explicado ni se volvió a repetir. Al menos hasta este instante… o
La criatura medía entre 1 y 1,5 m de estatura, presentando una morfología casi humana y una piel grisácea de aspecto rugoso. Si su cuerpo no resultaba lo suficientemente anómalo para los testigos, cuando aquel ser descubrió su cara fue suficiente para que estos se mostraran evidentemente atemorizados. Su rostro era exactamente igual al de un lagarto o una rana, tenía los ojos grandes y rasgados, y en su boca no se apreciaban labios de ningún tipo. Fue el comienzo del que sería conocido como el incidente del “hombre rana” de Loveland, unos de los casos más insólitos de los archivos de hechos forteanos.
Hombres reptiles
El fugaz encuentro de los agentes, que apenas duró unos segundos ya que la criatura huyó sumergiéndose en las aguas del río Little Miami, encontró una confirmación adicional al día siguiente, cuando localizaron las huellas que la extraña criatura había dejado cuando se arrastró ladera abajo, justo en el lugar por el que los agentes lo vieron huir. Los policías se limitaron a redactar su informe sin airear nada del asunto, lo que incrementó el valor del nuevo testimonio aportado por otro compañero del cuerpo, que unos días después se topó, cara a cara y a plena luz del día, con nuestro singular protagonista. Mientras realizaba su patrulla el testigo vio a un animal tumbado en la carretera, y detuvo el vehículo para retirar el cuerpo al pensar que se trataba de un perro u otro animal recientemente atropellado. Pronto salió de su error al contemplar de cerca y con indescriptible asombro aquella cosa con cuerpo de hombre… pero cuya cabeza y extremos de brazos y piernas se asemejaban a las de un reptil o una rana, completando el espeluznante cuadro unos ojos saltones y una minúscula boca sin labios.
Sin esperarlo, la criatura se revolvió sobresaltada, escapando de nuevo hacia las inmediaciones del río. A pesar del susto, o quizá a consecuencia del mismo, el policía sacó su arma disparando sin éxito al misterioso ser, que no obstante daba la impresión de estar herido. En las semanas siguientes nuevos testimonios de lugareños se vendrían a sumar a este expediente, articulando un caso que cesó espontáneamente y al que jamás se encontró una explicación satisfactoria.
Sin duda corrió la misma suerte que el incidente ocurrido varías décadas antes, en mayo de 1955, al oeste de Cincinati. En esa ocasión un lugareño que conducía en su coche de regreso a casa tropezó en la carretera con lo que describió como tres extrañas criaturas parecidas a ranas o reptiles. Tenían aspecto reptiloide y caminaban de forma bípeda. Lo más absurdo es que sobre sus cabezas portaban una especie de tubos metálicos de los que salían chispas. Las estuvo observando por espacio de unos tres minutos, transcurridos los cuales se perdieron en la espesura de una gran extensión de matorrales.
El diablo de Jersey
“Medía unos dos metros y medio, con una figura muy delgada y una cabeza de forma extraña, provista de un hocico prominente. Lo que más me llamó la atención fueron sus alas plegadas hacia el suelo y terminadas en unas puntas que sobresalían por encima de sus hombros. Su color era gris parduzco, aunque no pude observar el resto del cuerpo al quedar oculto por la maleza”. Esta es parte de la descripción que realizó Sheila A. Fabi a los investigadores de la insólita observación que protagonizó el jueves 31 de agosto de 2000, cuando a las ocho de la mañana se disponía a arrancar su coche para acudir a su trabajo. Ocurría en las cercanías de Jersey, EEUU, y según pudo apreciar “daba la sensación de que aquella criatura me observaba con cierta curiosidad”. Su relato, aunque es uno de los más recientes, se pierde entre los más de 2.000 testimonios recogidos desde que hace 270 años hiciera acto de presencia una criatura de grotesco aspecto que fue bautizada como el “Diablo de Jersey”. Las leyendas locales atribuyen el origen de la historia al nacimiento de una criatura monstruosa en la región de Leeds, que en unas versiones es el decimotercero hijo de una familia, que nacido deforme termina escapando al bosque tras ser repudiado y abandonado, y en otras un híbrido diabólico concebido por el propio demonio y la misma mujer, que la tradición apellida también como Leeds. Tal si de una gárgola viviente se tratara, reapareció tras los cien años de destierro a los que le sometió un exorcismo, contándose entre los testigos que lo avistaron en pleno siglo XIX al propio José Bonaparte o al héroe naval Stephen Decatur, quien a pesar de hacer diana cuando la criatura lo sobrevolaba, no logró abatirla. Sin embargo la gran eclosión de este caso, que por méritos propios lo haría pasar a la historia, tuvo lugar entre el 16 y el 23 de enero de 1909, cuando se reportaron más de un millar de observaciones –tanto en Jersey como en el sur de Filadelfia, Pennsylvania, y Nueva York–. Los testimonios llegaban por docenas con desconcertante similitud de zonas como Bristol, Burlington Columbus, Hedding, Kinhora o Rancocas. El 19 de ese mes, el matrimonio Nelson Evans de Gloucester tendría el privilegio de observar a la pintoresca criatura por espacio de diez minutos, con la serenidad que les proporcionaba el contemplarla a través de una ventana desde el interior de su casa, tras ser alertados de su presencia por unos ruidos. “Medía poco más de un metro, con la cabeza como la de un perro y la cara de un caballo. Su cuello era largo y tenía unas alas que casi le llegaban a los pies. Sus patas traseras eran como las de una grulla, con pezuñas de caballo. Caminaba erguido sobre esas patas traseras, con las extremidades delanteras más cortas levantadas, que tenían garras. No las utilizó en ningún momento mientras lo observamos”. A la oleada de avistamientos de aquel tiempo, que motivó infructuosas cacerías colectivas, le siguieron años de absoluta sequía, con observaciones puntuales en 1927, principios de los cincuenta, y en los años 1981 y 1987, aglutinando casos que van desde descripciones visuales similares a las citadas, a la escucha de sus chirriantes gritos o al hallazgo de animales mutilados. ¿Cuáles fueron las explicaciones barajadas ante toda esta casuística? Junto a la de que se trataba de un ser diabólico o un niño deforme, las hipótesis incluyeron una supuesta invasión de patos y a colonias de pterodáctilos vivos, aunque la que contó con más adeptos fue la que desveló el misterio como fruto de la observación de grullas, cuyo tamaño y aspecto coincidía parcialmente con el retrato robot, aunque al no explicar los ataques, la cara de caballo ni la forma de su patas traseras, el misterio sobre su naturaleza se mantiene vivo.
El demonio de Dover
Como hemos comprobado, nuestras criaturas adoptan formas extrañas, difíciles de aceptar para una mente racional, pero las evidencias están ahí, desconcertantes y desafiantes. Nuestra última parada por esta casuística forteana nos lleva a Dover, en Massachussets, una zona que recibió en 21 de abril de 1977 la visita más extraña que sus habitantes recuerdan. El primero de los testigos fue el joven de 17 años Bill Bartlett, quien junto a dos amigos de su misma edad regresaban a su casa en Walpole. Eran aproximadamente las 22.30 horas cuando desde su volkswagen escarabajo, Bill percibió que algo se movía en un muro de piedra que se encontraba un poco más adelante, en el lado izquierdo del camino por el que conducía. Extrañado, redujo la marcha y sin parar maniobró hasta que los faros lograron iluminar la parte del camino donde había percibido el extraño movimiento. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió frente a los faros de su vehículo a la criatura más extraña que jamás hubiera visto. “Parecía tener el cuerpo de un bebé, con las extremidades exageradamente largas. Su cabeza era desproporcionada en relación con su tamaño; era grande y con una extraña forma como de sandía. Su color además era muy pálido, casi blanquecino, y su piel parecía papel de lija mojado. Los dedos de sus manos eran largos y finos, y al ser deslumbrada la criatura se quedó mirando con unos penetrantes, grandes y vidriosos ojos de color anaranjado, que además era lo único que podía distinguirse en su rostro”. Sus dos acompañantes no tuvieron la misma suerte y no pudieron contemplar al extraño ser. Sin embargo, dos horas después, otro joven, John Baxter, de 15 años, sí lo pudo ver claramente cuando se dirigía hacia la casa de su novia por Miller Hill Road. Tras ver su silueta sobre una colina y acercarse lo más que pudo, la contempló subida a una roca proporcionando una descripción similar, y destacando el color anaranjado de sus ojos. Un tercer testigo, Will Taintor, de 18 años, también la observó 24 horas después, con la única diferencia de que los ojos de la criatura fueron descritos como verdes. Sin fisuras notables, el incidente jamás pudo ser explicado ni se volvió a repetir. Al menos hasta este instante… o
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